martes, enero 16, 2007

La adolescencia de un adolescente

A menudo nos encontramos en artículos de periódico u otras planas divulgativas, por no nombrar libros extensos, contenidos referentes a la adolescencia. En ellos se tratan los problemas que sufrimos los propios adolescentes y los que generamos, pero también se realiza una crítica desmesurada de nuestro comportamiento, con apelativos que pueden llegar a resultar ofensivos si prestáramos el interés que desean acaparar. Me propongo tomar una nueva perspectiva de esa realidad, la propia, la de un adolescente en cuestión, y como producto de experimento me ofrezco yo mismo. ¿Cómo ve un adolescente la adolescencia de que tanto nos hablan los adultos?

En primer término, quisiera pedir comprensión en mis experiencias y pensamientos ya que se trata de una exposición subjetiva del tema, que no se puede generalizar y darle un uso incorrecto, pero que por otro lado servirá para combatir tantos muchos párrafos que nos acusan como a terroristas, en ámbitos morales.

Acelerada, pero a la vez muy larga en el tiempo; fría por su inicio de madurez, pero a la vez cálida por los restos de niñez de aquella infancia perdida; rígida y tensionada por las responsabilidades y papel que adquirimos poco a poco, pero a la vez lánguida y placentera, precisamente por los placeres ociosos que nos depara… así veo la adolescencia, y así es como la siento. Valen más adjetivos para describir cuantiosas emociones y sensaciones en tan breve espacio temporal, sin embargo, he deseado efectuar un antagonismo entre varios factores destacados. La adolescencia, por definición común, es una etapa de la vida de cada persona que debe superar en mayor o menor plazo, mayor o menor intensidad, pero por la que todo ser humano se ha paseado, con pena o con gloria. Teniendo este hecho presente, no se puede dudar que los individuos que escriben de forma casi despectiva acerca de los adolescentes y la etapa en general, parten de una experiencia propia. Pero, sin centrarnos en casos particulares ¿vivieron aquellos que hoy operan con nuestra adolescencia, la suya misma, en un idéntico o parecido contexto histórico? Esta cuestión no hay la menor posibilidad de respuesta que una rotunda negación. La mayoría o plenitud de los adultos que citaba anteriormente superaron ese tramo de camino, la adolescencia, bajo una dictadura, bajo unas leyes restrictivas impuestas a la fuerza, que afectaban claramente a la educación y a los ámbitos domésticos. Mientras con sus 12 años se dedicaban a jugar a canicas, aquí en la actualidad, un niño con 12 años puede tener acceso a revistas o imágenes de contenido erótico-sexual y obtener videojuegos consistentes en matar el máximo de personas y tirarse a cualesquiera de las prostitutas que encuentren. Ese es un problema generado por la misma sociedad, formada de esos adultos, que por otro lado critican esas actitudes que a la larga brotan como reacción en el adolescente; a un letargo obsceno, agresivo y promiscuo. Ellos parten con la ventaja de que nosotros; la generación que debe aprender de aquellos niños, luego adolescentes y jóvenes que vivieron bajo una dictadura; nunca habremos vivido ese momento histórico, y por muchos conocimientos dotados no partiremos de su misma base. La defensa y el valor de los adolescentes de hoy nunca será demostrable deductivamente.

Agresivos, violentos, maleducados, irrespetuosos, monofuncionales, dependientes de las nuevas tecnologías, desinteresados, indisciplinados, etc. Múltiples adjetivos y denotaciones para referirse a aquellos que en un futuro cercano gobernarán el país, se harán responsables de los cargos más sofisticados que conlleva el funcionamiento de una sociedad, con lo que dominaran y en cierto modo regularan las vidas de los que ahora tanto nos critican, y luego tendrán que ver desde la silla de su jubilación lo que ellos mismo crearon y criticaron, ¿monstruos despiadados o algo más humano? Que intenten responder esos expertos, en ocasiones ni siquiera padres, que basan sus conocimientos en generalizaciones, que luego se aplican en nuestra propia contra, abusando imparcialmente de ellas.

No puedo ponerme en el papel de crítico, a estilo de algunos, sin haber reconocido nuestros propios errores, como grupo. El principal origen de los errores y fallos que cometemos con frecuencia deriva de la cantidad de contradicciones que supone esta etapa. Somos ya adultos para comprender los problemas que se nos presentan y darnos cuenta de determinadas realidades personales, pero no lo suficiente adultos o maduros para afrontarlos y superarlos con éxito. Nadie nos enseña qué debemos hacer frente a muchos temores y dudas, partimos de una ignorancia que sólo se suple con dosis de experiencia personal, causante de trágicas historias de adolescentes, luego empleadas a modo de film o propaganda. No existe ese manual de cómo ser un buen adolescente, en su sentido más positivo. Los conflictos internos, y con los demás, son constantes, somos incapaces de contenernos delante de un estímulo o acción, siempre reacción, encarnada en muchos actos. Reconozco todo lo mencionado, que no son pocos errores. Se suele decir que los extremos nunca son buenos, pero en este aspecto, creo que un punto tan intermedio entre dos macroetapas de la vida (infancia y adultez) resulta muy nefasto. La solución sería superar este cambio a los 35 o 40 años, pero no es posible, más bien utópico, y además debemos tener en cuenta que esa adolescencia que rechazan como una lacra inútil en la sociedad cada vez se anticipa más en los niños. En mi escuela a los 12 años algunas ya casi chicas se maquillaban para asistir al colegio.

Concluyo esta desaprobación con muchos autores pasivos (que no hacen nada por cambiar lo que critican) pidiéndoles que busquen ellos y apliquen las medidas y soluciones más correctas, que en su perfección seguro que vienen incluidas, para mejorar lo que para ellos es un problema y lo supondrá, hecho que comparto hasta unos límites. Agradezco de veras la labor rutinaria de educadoras, profesores y miembros de ese sistema educativo, que fuera de mi entorno social, me supieron enseñar todo cuanto yo me interesé, hasta el punto de poder escribir este intento de artículo. De veras, esa es la acción que se necesita, y no el ataque textual, que ya roza el agotamiento.